lunes, 11 de julio de 2011

De la Caracas posible

  Quizás sea muy desordenada la forma de publicar entradas, pero estas páginas se tratan de hacer un poco de descarga mental, así que como dice el filósofo popular Eudomar Santos (para los que están fueras de mi frontera venezolana se trata de un personaje que se inmortalizó en la telenovela Por estas calles, que siempre decía "como vaya viniendo vamos viendo"), en esta oportunidad quiero contarles sobre la experiencia religiosa que se vive a diario en los vagones del tren de los Valles del Tuy, ese que ya los usuarios llaman "ferro". No estoy descubriendo el agua tibia. Miles de pasajeros a cada hora sufren lo que yo experimenté este fin de semana (9 y 10 de julio). Viajé a Cúa y tuve que hacer casi hora y media de cola para poder subirme a un tren. Pero eso no es nada, uno se queda con la quijada casi pegada del piso cuando ve, siente y escucha todo tipo de barbaridades. Me preguntaba una y otra vez ¿será que a la gente le gusta verse como animales parlantes? Pues eso aparecían gritando, peleándose por los puestos, diciendo cualquier cantidad de groserías y saltando como canguros al tratar de pasar los torniquetes. Desgraciadamente en ese sistema de transporte masivo no funciona campaña de concientización. Les ponen policías, a la guardia nacional, les mandan trenes más a menudo, hay información por doquier sobre las reglas de uso  y todavía no mejora el comportamiento cívico y adecuado que deben tener los pasajeros, vengan de dónde vengan y tengan la edad que tenga.
Creo que las autoridades deben esforzarse más y si definitivamente  hay que ser punitivos en esta materia, entonces tendrán que aplicar las leyes y las sanciones de ley, para que por lo menos se comience a ver un poco de comportamiento ciudadano dentro y fuera de los vagones.
Urge esa política si se quiere que el "ferro" perdure en el tiempo.

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